La acción se
desarrolla en Santiago de Cuba, y comienza la noche anterior a que España
perdiese sus últimas posesiones en el “Nuevo Mundo”.
El ejército
español estaba vencido. Las huestes que resistían en la isla caribeña, a duras
penas, intentaban mantener el ánimo
mientras esperaban como agua de mayo la llegada de nuevas tropas de refuerzo
que les diesen esperanzas en la victoria.
Y esas
milicias llegaron, al fin. Entre los soldados, todos jóvenes, alegres y
bizarros, se destacaba un hombre ya mayor, de unos cincuenta años, el
abanderado. Era este un personaje enigmático. Era introvertido, pensativo,
callado, taciturno. Era patriota y religioso como ninguno. Renunciaba a su
ración de alimento para cedérsela a otros que la necesitaban más que él. Había
en él algo de familiar y de atemporal.
Tan familiar
que todos lo conocemos. Poco a poco, van surgiendo en el relato datos que nos
encaminan a la resolución del enigma:
“Su mirada triste parecía penetrar
hasta lo hondo de nuestras almas ydecirnos
cosas de siglos.”
“Me ha hablado de sueños
irrealizables.”
“Dicen que debajo del uniforme usa
una coraza vieja.”
“Es un buen hombre en el fondo;
paisano mío, manchego.”
“No se me ha ocurrido ver su nombre
en la lista. Pero en todas sus cosas hay marcadas dos letras: D. Q.”
En efecto,
el abanderado es Don Quijote, como desvelará Rubén Darío en el último párrafo.
Pero
volvamos a la historia. ¿Qué pasó con los guerreros españoles y con D.Q.? Las
tropas españolas recibieron pésimas noticias. Debían de entregar las armas,
rendirse a los yanquis, pues habían sido vencidos.
Entre el
sentimiento de humillación y vergüenza que imperaba entre los soldados, destaca
la orgullosa reacción del abanderado: antes de entregar la bandera del país que
tanto ama, prefiere lanzarse con ella por el precipicio. Y morir. Aunque, como
sabéis, es inmortal.
Comentarios
Publicar un comentario