LA CARNE, de Virgilio Piñera (II)

Pocas veces un texto “absurdo” nos reveló  tantas cosas. Y es que, si buceas entre los inverosímiles acontecimientos descritos en este relato de Virgilio Piñera, encontrarás una ácida crítica al régimen político instituido en su país de origen, Cuba.

El texto comienza con un problema. Un pueblo no puede abastecerse de carne, lo que deriva en protestas y sublevaciones. La primera solución que se propone es pasarse a las verduras pero un individuo, el señor Anselmo, encuentra una salida carnívora a esta crisis: se corta un filete de su nalga, lo fríe en la sartén y se lo come. Se está “autoabasteciendo”.

Estas medidas resultan un éxito. El alcalde las enaltece y el pueblo las acepta y las adopta en sus propias carnes. Las disposiciones están basadas en la justicia y en la igualdad, así que es fácil que germinen: “justo era que la cosa marchase al compás, esto es, que nadie engullera un filete menos”.

No es complicado establecer un paralelismo entre esta situación surrealista y los primeros acontecimientos experimentados en la isla caribeña, bloqueada o aislada por las potencias occidentales (en especial por Estados Unidos) desde la década de los sesenta.


 Como siempre, es el pueblo el que sufre las consecuencias de una mala (o equivocada) política, pues, desde su conformismo, consiente y acomete una especie de “suicidio colectivo” o “aniquilación colectiva”. Su necesidad inmediata (la carne) está satisfecha por el momento así que ¿por qué preocuparse por otras cosas, como por ejemplo por la libertad?

Una vez se ha establecido el régimen, el régimen carnívoro pero también el régimen castrista, resulta complicado revocarlo. Los vecinos asisten alegremente al camino que les llevará a la destrucción. La oposición está sin fuerza, debilitada por los acontecimientos. Mientras, la gente devora hasta sus últimas carnes.

Es aquí donde podemos apreciar, en su plenitud, el humor aburdo, y por momentos escatológico, del que Virgilio Piñera era maestro absoluto. Menciona a unas señoras que han dejado de hablar porque se han comido su proipia lengua, otras que no pueden besarse porque realizaron unas frituras de mucho éxito con sus propios labios, el perito en desaparecidos encontró un montón de excrementos donde el hijo de la señora Orfila pegó su último bocado, etc.

En este pueblo imaginario también hay mártires. Esa figura tan apreciada en los sistemas despóticos. En este caso, se trata del bailarín del pueblo, que engulló sus dedos de los pies, la única parte del cuerpo que le quedaba, delante de la multitud. En ese momento la gente se empezó a inquietar, a ponerse seria, pero las zapatillas del artista descansarían, para disfrute de todos, en el Museo de Recuerdos ilustres.

Pero se iba viviendo, y era lo importante, ¿y si acaso…?”. De esta forma empieza el párrafo final del cuento, en el que nos encontramos con una cáustica burla a un régimen basado en la mentira y la censura. Para ello, nos fijaremos en dos recursos.


 Por un lado, Piñera juega a ser censor. Me explico, Piñera evita utilizar la palabra “morir”, o “muerto”, o similar, y las sustituye por “ocultar”, como suele hacer la prensa adscrita al gobierno.

Un segundo recurso consiste en formular preguntas que no esperan contestación pero que, si se la diéramos, harían saltar los colores a más de uno. Se evidencia aquí un descontento por parte del autor hacia muchos de sus paisanos (principalmente hacia los intelectuales), carentes de espíritu crítico y/o vendidos al poder.


La oración final es antológica: “Pero sería miserable hacer más preguntas inoportunas, y aquel pueblo estaba muy bien alimentado”.

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