A veces la necesidad nos empuja a deshacernos de alguno de nuestros
bienes más preciados…
En Una perra cara asistimos a un diálogo entre dos
amigos. Entre copa y copa, el oficial de infantería Dubov intenta vender su
perro al voluntario Knaps. Le está haciendo un favor. El militar ensalza las
virtudes de un can al que parece querer con locura, un carísimo perro de pura
raza que le dejará casi regalado.
Pero parece que Knaps no tiene la intención de comprar el
animal, pues no necesita perro y, lo más importante no tiene dinero. Y es que,
en el fondo, el capital es la causa de todo.
Dubov está desesperado, pasa por
dificultades, apenas tiene con qué mantenerse a sí mismo y aún ha de alimentar a un
perro. De ahí que intente embaucar a su colega, que le discuta algo
tan evidente como que no se trata de un perro, sino de una perra, que negocie
con tanta insistencia… El precio de partida fue bajando. De los cincuenta
rublos de salida fue bajando, hasta dejárselo gratis, hasta suplicarle por que
se lo llevara.
Finalmente, el oficial desiste en su empresa de colocarle el
perro a Knaps, pues éste está en una situación tan desesperada como la suya,
y le pregunta si conoce a alguien que pudiera estar interesado en la
adquisición, o si la perrera de la localidad lo aceptaría.
Dubov descarga su frustración sobre la perra, la insulta, y
descubrimos que lo que suponíamos una perra de
casta no era más que un “can de palleiro”.
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