Hemos leído este triste cuento inspirado en el clásico de
los hermanos Grimm.
En esta versión, la niña, en lugar de una caperucita roja,
lleva una cinta verde imaginada en el cabello. Y digo imaginada porque no es
real. El cuento trata, de manera metafórica, de cómo una niña pierde la
inocencia cuando presencia la muerte de su querida abuela.
En esta revisión del clásico infantil, el lobo que
aterrorizaba a Caperucita está muerto desde el comienzo de la historia. Los
leñadores han dado buen cuenta de la bestia salvaje. Cinta-Verde sale de casa
de su madre para llevar unas chucherías a su abuela enferma y, despreocupada,
toma el camino más largo.
Cuando llega a casa de su anciana pariente, Cinta-Verde y su
abuela inician una conversación muy distinta de la que todos conocemos. Los
grandes brazos no son para abrazarla mejor, las grandes orejas no son para
oírla mejor, los grandes ojos no son para verla mejor, la gran boca no es para
comerla mejor… Porque quien está con Cinta Verde no es el lobo, dispuesto a devorarla,
sino su abuelita, que está a punto de exhalar su último aliento.
El diálogo es dramático:
“-Abuelita, ¡qué brazos tan flacos los suyos,
y qué manos temblorosas!
-Es porque no voy a poder nunca más
abrazarte, mi nieta…. -la abuela murmuró.
-Abuelita, pero qué labios tan violáceos.
-Es porque nunca más voy a poderte besar, mi
nieta…. -la abuela suspiró.
-Abuelita, y qué ojos tan profundos y quietos
en este rostro ahuecado y pálido.
-Es porque ya no te estoy viendo, nunca más,
mi nietita… -la abuela aún gimió.
Cinta Verde más se asustó, como si fuese a
tener juicio por primera vez. Gritó:
-¡Abuelita, tengo miedo del Lobo!”
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