ABOMINABLE de Fredric Brown (II)



La leyenda del Abominable Hombre de las Nieves ofrece a Fredric Brown la excusa perfecta para fantasear en este gracioso cuento que pone de relevancia las principales características de su estilo: el humor y la capacidad para sorprender.

Sólo una cosa gusta más a Sir Chauncy Atherton que la aventura, y éstas son las mujeres, materia en la que es considerado toda una autoridad. De este modo, el inglés pone rumbo a las montañas nepalís para afrontar el rescate de una estrella del celuloide, la emergente actriz italiana Lola Grabaldi que, en una sóla aparición cinematográfica, desbancó en el trono de la beldad femenina a Gina Lollobrigida, Bridgitte Bardot o Anita Eckberg (nótese la mención de personas reales en el cuento para reafirmar el verismo de la historia).


Y es que la Grabaldi había desaparecido en el monte Oblimov durante una expedición vacacional, según un testigo, secuestrada por el abominable hombre de las nieves.

Una vez en el Himalaya, y sin pensárselo dos veces, nuestro héroe deja atrás a los acobardados guías sherpas y se adentra en territorio de los hombres de las nieves para impresionar a la mujer que lo tiene prendado.

Pero sus planes se tuercen de inmediato cuando, víctima de la excitación, el miedo o el nerviosismo, abate de un disparo a un yeti. Inmediatamente se ve presa de unos fuertes brazos que lo sujetan por la espalda. El hombre de las nieves no estaba sólo…

El ser que lo había capturado era otro yeti que le explicó la historia de su pueblo. Los abominables hombres de las nieves no son bestias, son humanos. Eran, y esto puede recordarnos al argumento de alguna película de ciencia ficción de la época, una tribu que siglos atrás descubrió una droga capaz de dotarlos de la capacidad de sobrevivir en condiciones extremas, si bien sufrieron una serie de transmutaciones físicas, y ahora resisten las inclemencias del Tíbet.

Y así descubrió sir Chauncey que también existen las Abominables Mujeres de las Nieves… El ser que lo tenía sujeto era una hembra. 


La suerte de sir Chauncey, merced a esa poderosa droga, pasaba ahora por ocupar el lugar del ser que había asesinado, que irónicamente no era otro que Lola Grabaldi. 

Y esta mujer de las nieves sería su compañera.

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