Hemos leído el relato de una desigual lucha, la que
protagonizan lobos y humanos. La ambientación desempeña un papel fundamental
para “meternos” en la historia: en el primer párrafo, el escritor toma la
paleta para pintarnos un paisaje con tonos azules, blancos y
amarillos, un entorno de paz y armonía natural, en el que viven los lobos. Al
final del relato, para dibujar la sangrienta y cruel batalla, predomina el
rojo.
El cuento está ambientado en un invierno especialmente largo
y frío, en las montañas francesas. Las condiciones climáticas son insoportables
y los animales salvajes van cayendo muertos por el frío y la falta de alimento.
Ante este trágico panorama, los lobos se ven obligados a buscar sustento en las
poblaciones, entrando en conflicto con los hombres, que los abaten a la menor
oportunidad.
Algunos lobos huyen entonces, obligados por la necesidad, a
otras tierras más benévolas. El narrador centra su relato en un grupo de tres
cánidos que ponen rumbo al Jura suizo, donde logran saciar su hambre. Pero su
felicidad dura poco, el hombre los persigue. La comarca está aterrorizada por
los crímenes de las bestias del bosque y organizan batidas para acabar con la
amenaza de los lobos.
De este modo, dos de nuestros amigos sucumben y el tercero
escapa malherido por un hachazo en el lomo.
Tras el descanso y la recuperación, emprende un nuevo viaje, pero no
tarda demasiado en encontrarse de nuevo con la “civilización”. Un disparo
alcanza su vientre.
Nuevamente herido, regresa a las montañas recreándose, en su
sufrimiento, en el hermoso paisaje de nieve, montañas y luna llena. Los humanos,
despiadados, lo persiguen y se abalanzan sobre él para rematarlo,
salvaguardando sus animales domésticos, ajenos al espectáculo de la naturaleza.
Hesse toma partido por los lobos, bestias salvajes pero
nobles, en detrimento de unos humanos movidos por intereses más terrenales (“se puso precio a los lobos y esto redobló
el valor de los campesinos”).
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