UN BANDIDO CORSO de Guy de Maupassant (II)

Córcega, paraíso natural, tierra de bandidos, de desafíos y de extrañas costumbres...

Esta semana hemos leído el relato Un bandido corso, de Guy de Maupassant, con el que finalizamos el "ciclo" dedicado a este escritor francés.

La historia comienza con una hermosa y pormenorizada descripción (en la que abundan los símiles o comparaciones) del entorno natural con el que se van encontrando dos hombres (uno corso, el narrador, extranjero) que se dirigen al pueblo de Albertacce.


Llegado a cierto punto de su camino, se encuentran con una tumba formada por piedras amontonadas coronadas por una cruz de madera. En ese momento, el narrador solicita a su anfitrión que le narre la historia de uno de los famosos bandidos de la isla.

El bandido en cuestión lleva por nombre el religioso mote de Santa Lucía, hecho contradictorio tratándose de un asesino sanguinario. Cuenta la leyenda que un hombre mató al padre del tal Santa Lucía. El chico (tímido, débil, enfermizo, apático), hecho que indignó a su hermana y demás familia, no prometió venganza, y se encerró en su casa.

El tiempo pasó y el supuesto asesino de su progenitor se casó. La comitiva de la boda se paseó por delante de su ventana, en un gesto desafiante y provocador para avergonzar a Santa Lucía.

La ira se apoderó del chico, que decidió por fin tomarse la ley por su mano, aunque esperó a la noche, pues la venganza, como afirma un dicho muy nuestro, es un plato que se sirve frío...

De este modo, escondió su escopeta en el bosque y, a la noche, sorprendió al asesino de su padre y a sus dos acompañantes. Al presunto criminal le disparó a quemarropa. Uno de los testigos logró escapar y el otro fue abatido por Santa Lucía cuando quería buscar auxilio. Aquí presenciamos el primer acto de extrema crueldad del nuevo bandido, pues no vacila en rematarlo a sangre fría.


A partir de ese momento, la familia del bandido es detenida y encarcelada. Su tío, el cura, logra huir y se reúne con él en el bosque, ejerciendo también el pillaje. La vendetta y la escalada de violencia continúan: Santa Lucía asesina a los acusadores de su tío, les arranca incluso los ojos, quema las casas de sus adversarios, mata a catorce gendarmes... se convierte en un personaje de leyenda, casi mitológico.


El breve diálogo final entre el narrador y su acompañante nos aclara que la vendetta es un deber inevitable, una obligación para los habitantes corsos...

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