MATAR A UN NIÑO, de Stig Dagerman (II)

Acabamos de leer un impactante y desazonador relato de Stig Dagerman, un cuento que llama la atención por la peculiar manera en la que ha sido contruído. Desde un principio conocemos el desenlace –la muerte accidental de un niño- pero, sin embargo, consigue captar nuestra atención y elevar el nivel de intensidad, de emoción y de ansiedad en el lector a medida que va avanzando. Parece que el autor se recrea en su virtuosismo narrativo para hacernos sentir la impotencia de un final inevitable.

Comienza la narración con una escena intimista. Una familia se prepara para pasar el día en el mar. La madre prepara el desayuno, el padre se afeita, el niño acaba de vestirse. Se terminó el azúcar y la madre ordena al hijo que vaya a casa de unos vecinos a pedir prestados unos terrones.


Al mismo tiempo, el homicida es un hombre feliz e inofensivo que toma una fotografía con su prometida antes de emprender un viaje en coche hacia la costa. Dice Dagerman que este hombre “no sería capaz de matar a una mosca, sin embargo, pronto matará a un niño”.


El relato trata sobre la fina línea que separa la felicidad de la desgracia, sobre la crueldad de los designios de este mundo y, sobre todo, sobre el sentimiento de culpa. La culpa que sentirá durante toda su existencia la madre que mandó a su hijo a por azúcar, la culpa que sentirá el conductor que iba de excursión y atropelló a un inocente, un hombre que “deseará en cambio tener un solo minuto de su vida pasada para hacer este solo minuto diferente”.

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