En semanas anteriores conocimos a un joven Nick Adams
(primero de niño, acompañando a su padre mientras éste asistía a una mujerindia en un parto difícil, más tarde, camino de la edad adulta, rompiendo consu primer amor). Hoy hemos conocido a un Nick Adams más maduro, adulto, padre ya,
en Un día de espera.
El relato nos presenta una situación bien sencilla. Schatz
es un niño de nueve años que se encuentra en casa víctima de la fiebre. El
doctor le toma la temperatura, que estaba alta, pero que no era preocupante. El
termómetro marcaba ciento dos grados. Esta cifra será el detonante de lo que viene
después.
Ciento dos es un
número muy alto…
Schatz piensa que no
tiene remedio, que su enfermedad es mortal, por lo que adopta una actitud de
entereza y gravedad impropia de un chiquillo de su edad. Schatz está tenso, no
quiere domirse (“Prefiero permanecer
despierto”), pues piensa que si lo hace podría no volver a despertar; no
quiere que su padre se tome demasiadas molestias –pues piensa que su situación
es irremediable-, no quiere, por tanto, ser una carga, e incluso no le permite
el acceso a su habitación para no contagiarle.
Pero Nick conoce la realidad y está más turbado por la extraña
disposición de su hijo que por una enfermedad que ha sido controlada por los medicamentos y cuidados prescritos por el
médico. Con el paso del tiempo y con la charla, Schatz desvela por fin a su
progenitor el origen de sus preocupaciones. Nick Adams le explica que se
equivoca, que no corre peligro, le revela la diferencia entre los grados Fahrenheit,
escala con la que “funcionaba” el termómetro del doctor que lo visitó, y los
grados centígrados. Esos ciento dos grados Fahrenheit que lo tenían al borde
del abismo equivalen a unos 38.9 grados centígrados que, si bien es una
temperatura alta, es corriente en los casos de fiebre como el suyo.
Una vez descubierta la verdad, el crío se relaja y, con la
relajación, recupera su carácter infantil e incluso, como es normal en una
situación de esta naturaleza (creer volver a la vida, darse cuenta de su propia
inocencia), las lágrimas afloran a sus ojos…
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