En En el tren, Clarín nos cuenta una anécdota que le sucede
al duque del Pergamino, un aristócrata de lo más “snob” que se dirige a
Biarritz a iniciar sus vacaciones.
Por torpeza de los empleados del ferrocarril, este grande de
España (duque, marqués, consejero, exministro y no sé cuántos cargos más…) se
ve obligado a viajar en un reservado (en lugar de en un coche-cama o
semejante), lo que no le sienta nada bien. Para más inri, a medianoche, su
sueño es interrumpido por la irrupción de dos nuevos viajeros a los que quieren
acomodar en su compartimento.
Como es natural, la reacción del noble es de indignación.
Aunque se niega a compartir su reservado, la autoridad presente en el tren
decide que no le queda más remedio que aceptar la compañía de los dos viajantes,
una misteriosa dama vestida de luto y un teniente que se dirige a Santander
para embarcar hacia Cuba.
Como buen aristócrata que es, el duque de Pergamino ejerce
de perfecto anfitrión, trata con cordialidad a sus nuevos amigos y entabla
conversación con el militar. La charla versa sobre sus destinos, sobre el
patriotismo y, en un momento dado, hablan sobre unos héroes caídos en ultramar.
Pergamino realiza una perorata en favor de los héroes y reclama para ellos
gloria y estatuas, aunque ni tan siquiera recuerda el nombre de uno de ellos.
Llegando a Santander, el teniente se apea del tren y el
duque queda a solas con la mujer, que había asistido cariacontecida al diálogo
entre los dos varones. Ella no da pie a la conversación y el noble se aburre.
Una pareja vestida de luto entra momentáneamente en el
reservado y se abraza a la dama, que llora desconsolada. Cuando el tren retoma
la marcha Pergamino y la dama vuelven a quedarse solos.
Alimentada su curiosidad por la escena que acaba de
presenciar, nuestro protagonista deja a un lado sus intachables modales
cortesanos e interroga directamente a la señora, con lo que llegamos al clímax
final de la historia: se descubre que la mujer es la viuda del capitán Fernández
aquél héroe muerto en ultramar del que el duque habló con el teniente sin
conocer su nombre.
La enseñanza de este cuento es meridiana: antes de hablar mira
a tu alrededor y piensa bien lo que dices, pues no sabes si podrás lastimar a
los que están escuchando.
Muchas gracias, me sirvió de mucho.
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