En este texto, dos personajes conversan entre tragos de
whisky. Uno, el taxidermista, es el verdadero protagonista del relato, el otro,
el narrador, aunque apenas participa del diálogo, actúa con una doble
finalidad: describirnos al taxidermista de manera que no nos caiga para nada
simpático (ya de inicio ridiculiza su aspecto físico, su residencia –a la que
llama “guarida”-, su vanidad…), y dar atisbos de verosimilitud a la historia
(en el último párrafo nos comenta que encontró eco de las hazañas de su
interlocutor en periódicos y en la voz de ornitólogos de prestigio).
El taxidermista es un ser de aspecto descuidado, desaseado,
vestido a la moda del siglo pasado, es un hombre presuntuoso, ególatra, racista
(presume de haber disecado a seres humanos y también a un negro), machista… un hombre que vive por y para la
ciencia, un ser que menosprecia a sus semejantes (incluso a los coleccionistas,
a los que no duda en engañar por una buena suma), una criatura que juega a ser
Dios recreando aves extinguidas o incluso creando pájaros nuevos, que nunca
antes existieron.
En este cuento, el maestro de la literatura fantástica, H.G.
Wells, plantea el conflicto entre la ciencia y la ética o la religión (fijaos
que en un momento del relato se nos advierte de que el taxidermista fue acusado
de idolatría por un predicador ambulante por haber disecado a una sirena),
tomando partido abiertamente en favor de la moral.
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