SETAS EN LA CIUDAD de Italo Calvino (II)

Marcovaldo es un urbanita que sueña con la vida natural. Casado y con seis vástagos, su mísera vida de mozo o peón sólo parece ver la luz cuando la naturaleza se asoma por algún resquicio.

En este cuento (uno de los 20 que conforman el libro de Italo Calvino Marcovaldo, las estaciones en la ciudad, 1963) la naturaleza aparece en forma de hongos. Marcovaldo, una mañana de otoño, mientras aguardaba el tranvía que lo llevaría al trabajo, descubre casualmente, en una tira de tierra, unos pequeños bultos que se asoman, y esos bultos no son sino setas. En ese momento, la vida de Marcovaldo empieza a cobrar sentido, pues recobra la ilusión.

El hallazgo provoca en el protagonista sensaciones contradictorias. Por un lado, la sorpresa, la emoción, la alegría de poder disfrutar del manjar natural; por otro, el egoísmo, la desconfianza, el temor de que sean otros los que recolecten los hongos que considera ya como propios. Ese temor es tan grande que no comparte el lugar donde se encuentran las setas ni con su mujer Domitilla ni con su prole, no vaya a ser que desvelen el secreto... aunque en el momento de la recolección reaparece en él la generosidad e invita a los ciudadanos a sumarse a la "cosecha".

  

El antagonista de Macovaldo es Amadigi, el barrendero, descrito magistralmente en la siguiente frase: "era un joven cuatro ojos y alto como una pértiga". Marcovaldo y Amadigi son enemigos, pero no irreconciliables (de hecho colaboran, participan juntos en la recolección), sino más bien rivales al estilo de Tom y Jerry, Silvestre y Piolín, Coyote y Correcaminos, que no pueden vivir el uno sin el otro.

Otro aspecto del cuento nos recuerda a los dibujos animados o a las tiras cómicas de las revistas y/o semanarios, y es la bufonada (guiño o broma) final. Los adversarios que se habían unido para la recolección micológica terminan la historia en el hospital (las setas eran tóxicas), juntos, cama con cama, mirándose "de mal ojo".

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