LICANTROPÍA, de Enrique Anderson Imbert

En Licantropía, de Enrique Anderson Imbert, los dos protagonistas se encuentran en un tren. El primero, que es el narrador de la historia, es un escritor de literatura fantástica que espera tener un viaje tranquilo pero se encuentra con que el tren está repleto y ha de acomodarse en un departamento en el que se encuentra un vecino suyo. Ese vecino es Rómulo Genovesi, un doctor en Ciencias Económicas que resulta de lo más cargante con su aburrida conversación sobre temas empresariales, contables y/o económicos.


Tenemos, por tanto un personaje que se mueve en el mundo de la imaginación, de la creatividad, de los sueños, el escritor, y otro anclado en el mundo real, el economista, dos caracteres que no armonizan. Y han de compartir asiento.

Sorprendentemente, el economista empieza a hablar some temas fantásticos. Toca todos los “palos”: desde los extraterrestres hasta la telekinesia, pasando por la magia negra, la quiromancia o la metempsícosis y los trata todos con una especie de fe que no concuerda con su carácter de hombre práctico y de ciencia. Pretende sugerir historias para las narraciones del literato, que siente herido su orgullo.

A medida que se adentra en el mundo del oscurantismo y avanza la noche, los rasgos de Genovesi se vuelven más y más borrosos. Noche cerrada, es ya difícil reconocer su rostro. Aborda entonces el tema de la licantropía. Para el doctor los hombres lobo existen realmente.

De repente, al salir de un túnel, un foco ilumina de lleno la cara de Rómulo Genovesi. El doctor en Ciencias Económicas se había transformado. Pero no en lobisme, Genovesi se había transformado, definitivamente, en un tonto a los ojos de su acompañante.



Este cuento, salpicado permanentemente de motivos mágicos, fantasmales, irreales, en suma, no es un relato fantástico en sí, sino una crítica cáustica a los crédulos, a esas personas que otorgan veracidad a las historias para asustar a los niños: “¿Cómo explicarle a ese crédulo que la única magia que cuenta es la imaginación, que impone sus formas a una amorfa realidad sin más propósito ni beneficios que el de divertirnos con el arte de mentir?

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