LA PULGA Y EL PROFESOR, de Hans Christian Andersen (II)

Un aeronauta muere tras estrellarse el globo en el que viajaba. Su ayudante, que será el protagonista del cuento, se salva al tirarse en paracaídas. Este es el punto de partida de La pulga y el profesor, el relato que hemos leído hoy, Día del Libro, en el Taller de Lectura.

La experiencia con el mundo de la navegación aérea dejará huella en su vida. Después del accidente, nuestro amigo se queda sin blanca y sin modo de ganarse la vida, aunque sí que le quedan una serie de valiosos conocimientos sobre aeronáutica y un sueño que se convertirá en una obsesión: poseer un globo con el surcar el cielo y viajar alrededor de todo el planeta.

Llegado a este punto, el protagonista tendrá que buscarse una ocupación y el sustento. Decide hacerse actor de variedades, una especie de mago que entretiene a su audiencia con números de prestidigitación y ventriloquia. Se atribuye a sí mismo el título de "profesor", así le gustaba que le llamasen.

Guapo y elegante, enamora a una mujer que lo sigue a todas partes y que colabora con él en su espectáculo. Pero un día, su media naranja lo abandona empleando un truco de magia. El burlador burlado.

El profesor se deprime, se descuida, se abandona. Pierde su humor y también su público. De su pareja sólo le ha quedado una pulga, a la que amaestrará y convertirá en su próxima atracción.


La pulga amaestrada le da la fama. Se convierte en su sustento. Sabe presentar armas y disparar un minúsculo cañón. Se comporta y piensa como un humano.

Pulga y profesor viajan por todo el mundo y cosechan muchos éxitos. Un buen día deciden aventurarse y hacer una incursión en tierras salvajes, pobladas por caníbales, sin mucho que temer (nótese el humor, siempre presente en la narración: "En ellos se comían a los cristianos, bien lo sabía el profesor; pero no siendo él cristiano de pura cepa, ni la pulga un ser humano acabado, pensó que no había gran peligro en visitarlos [...]" y con mucho que ganar.

Hacen acto de presencia en aquellas tierras ignotas y ejecutan su número maestro. La joven princesa del país, una chica malcriada, se enamora perdidamente del insecto en cuanto le ve presentar armas y disparar el cañón. Se encapricha de la pulga y la convierte en su esposo. ¿Ridículo, verdad? Sin embargo, no nos extrañamos. En el mundo de la fantasía que puebla los cuentos todo es posible.

De este modo, la pulga se convierte en príncipe consorte. La vida transcurre de manera fenomenal para todos. Pero al profesor le pica el gusanillo de viajar y, sobre todo, la vanidad: quiere ser famoso, leer su nombre en periódicos, recibir el aplauso de gente de todo el mundo.

Así que urde un plan para escapar de las tierras salvajes. La mayor dificultad estriba en separar a la pulga de la caprichosa princesa. Pero los salvajes desconocen muchos asuntos...

El profesor se ofrece para enseñarle al rey y a sus habitantes a presentar armas. Andersen emplea la ironía y critica el belicismo de las naciones occidentales cuando escribe: "¿Quiere que le enseñe a los habitantes a presentar armas? A esto lo llaman cultura en los grandes países del mundo".


Encarga una serie de materiales (tela de seda, aguja e hilo, cuerdas, gotas estomacales para globos...) que, evidentemente servirán para construir un globo aerostático que los llevará de vuelta a la civilización.

Cuando el globo está terminado, hinchado, listo para emprender el vuelo, convoca a los salvajes y convence a la princesa para que le "preste" a la pulga, la única de los presentes capaz de dirigir el globo. Y ya nunca más los volverán a ver.

En el párrafo final es Andersen el que ejerce de "prestidigitador" empleando un truco muy viejo. Involucra al lector: "[...] Y todavía siguen esperando, y ni no lo crees, vete al país de los savajes [...]" como golpe final. Por supuesto, pulga y profesor alcanzaron la gloria después de abandonar la tierra de los salvajes.

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