Esta semana llegaron aires del lejano oriente a nuestro Taller de Lectura,
pues leímos el cuento Sennin, del
japonés Ryunosuke Akutagawa.
El relato narra la historia de Gonsuké, un sirviente que ansiaba
poseer la condición de “sennin” (según la tradición china, el Sennin es un
ermitaño sagrado que vive en el corazón de una montaña, y que tiene poderes
mágicos como el de volar cuando quiere y disfrutar de una extrema
longevidad). Para conseguirlo, se dirigió a una agencia de colocación que
prometía conseguir cualquier tipo de trabajo a sus clientes.
Al contarle al empleado de la agencia su predisposición a entrar
como sirviente en casa de una familia que le pudiera enseñar los secretos para
ser un “sennin”, éste se sorprendió y le dijo que estaba pidiendo algo
imposible. Ante la insistencia de Gonsuké, lo emplazó para el día siguiente,
para ganar tiempo y pedir consejo a alguien más sabio que él.
Así lo hizo, habló con un médico, vecino suyo, y le contó la
disparatada escena que había vivido. El doctor no encontraba respuesta pero su
esposa, conocida por su astucia, intervino para ofrecer su hogar como lugar de
empleo para el criado, que ya ella se entendería con él. El empleado quedó
feliz y contento pero el doctor no salía de su asombro: ellos nunca podrían
hacer de este hombre –ni de ningún otro- un “sennin”. Era absurdo.
Al día siguiente Gonsuké se presentó en la casa del médico. La
mujer se encargó de explicarle las condiciones que debía de cumplir para
recibir el secreto que lo convertiría en un ser dotado de poderes mágicos y
prácticamente inmortal: tendría que servirles con obediencia ciega durante
veinte años sin recibir por ello ninguna remuneración.
Claro está que ella no tenía la menor idea de cómo hacer de Gonsuké un “sennin”, por lo que su plan consistía en poner su vida en peligro para que él renunciara a su objetivo. Así, le mandó trepar a la cima de un pino muy alto.
Una vez arriba, ya que el sirviente no vacilaba, le pidió que soltase sus manos del tronco del árbol, primero una y luego la otra. Si no flaqueaba, Gonsuké moriría aplastado contra el suelo. El doctor, a la vista de las intenciones de su mujer, quiso interceder por el criado pero ella impuso su voluntad. Gonsuké se desprendió del pino y, sorprendentemente, flotó en el aire. Ahora es un “sennin".
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