El señor Testator vive en la miserable Lyons Inn., calle en
la que conviven mendigos, borrachos y personajes de dudosa calaña. El señor
Testator se dedica a escribir pero se ve que su oficio no le reporta pingües
beneficios. De hecho, su modesta vivienda carece de los muebles necesarios para
hacer una vida decente y de carbón para encender un fuego que le ayude a
combatir el frío londinense.
Una noche, baja al sótano, en el que espera encontrar
carbón, pero en su lugar encuentra una habitación repleta de viejos y variados
muebles. El cuarto no debe de ser el suyo pero, sin embargo, ha abierto el
oxidado candado con su propia llave.
El señor Testator permanece confundido durante unos
momentos. No es capaz de conciliar el sueño. Aquellos muebles en su trastero,
abandonados, desperdiciados... y él sin una buena mesa en la que rellenar sus
cuartillas. Lo mejor sería volver al sótano y tomar prestado el escritorio.
De este modo, el señor Testator decide trasladar la mesa a
sus habitaciones. Y más tarde el resto del mobiliario (librería, diván,
alfombras, etc.) abandonado sigue el mismo camino. Lo hace de madrugada, a
escondidas, cual vulgar ratero.
Ya en su casa, los limpia, los pule, los adecenta. Les da
nueva vida.
Y pasan los años sin que nadie los reclame. El señor
Testator hace vida normal hasta que un día recibe una inesperada visita. Un
hombre de lo más extraño llama a su puerta. Y ese extraño reconoce el
mobiliario del apartamento del escritor. Uno detrás de otro, dice que los
muebles son suyos.
Nuestro protagonista recapacita y piensa en las
consecuencias de sus actos. Podría acabar detenido. Así que decide llegar a un
acuerdo con el visitante, si bien éste parece haber bebido un poco más de lo
recomendable, aunque su carácter es afable. Toman un par de tragos juntos y se despiden
citándose para la mañana siguiente.
Sin embargo, el señor Testator no vuelve a saber nada de ese
hombre misterioso. ¿Era real o era un fantasma? ¿Le habrá pasado algo? ¿Estaría
loco?... Lo más probable es que fuese su conciencia.
Charles Dickens nos deja con la duda en el final de La visita del señor Testator, el
relato que hemos leído esta semana en nuestro Taller de Lectura.
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